Fuego en Alejandría

Y ahora pregunto, te pregunto. ¿Aún existe en ti el amor por la literatura, aún alguien la ama?
Antes que me respondas de forma: positiva, muy precipitada y algo colérica, te digo lo siguiente.
No hablo de aquella biblioteca sumamente organizada en hermosos muebles o libros apilados en perfecta posición “desorganizados” que presumes en tus fotos de instagram. Tampoco me refiero a esas selfies en las enormes y prestigiosas ferias de libros a las que acudes y en donde, de forma “improvisada” muestras esa bolsa en tu mano con más de veinte libros novedosos que compraste en los stands de las más importantes editoriales. Ni tampoco a aquellos comentarios y reseñas que posteas de los betseller del mes, y que buscas que resalten y no se pierdan dentro de los miles de otros grandes lectores que al igual que tú, hablan sobre el libro que se encuentra en tendencia.
No. Te hablo de ese extraño sentimiento, de ese cúmulo de sensaciones que son tan íntimas y grandes que nacen cuando una historia se introduce por tus ojos e invade lo profundo de tu ser, y que tristemente para muchos no se puede fotografiar ni presumir a sus seguidores.
Hablo de esas líneas que te crean un nudo en la garganta, te sonrojan o provocan que te pierdas en lo más profundo de tus pensamientos. Esas que son incompatibles con tu laptop y la pequeña mesa de café donde tanto te gusta estar, pero donde está prohibido que te rías como un loco o que tengas un sobresalto. Ese hermoso lugar donde se presume existen seres con profundos pensamientos, pero de almas vacías.
¿Sabes? Me refiero a ese momento en el cual, sin motivo aparente, te detienes frente a un viejo librero o un pequeño estante y tomas ese libro de esquinas un poco dobladas, hojas algo amarillentas y de suave estructura por lo mucho de su uso. Ese que leíste hace mucho y quizás en más de una ocasión; ese que con las primeras líneas crea todo un coctel dentro de tu ser, mezclando sentimientos y recuerdos, creando un elixir maravilloso.
Es recordar esas voces maravillosas que hacían eco en el inmenso silencio de enormes librerías. Seres que buscaban con las inflexiones en su voz, adentrarnos en sus historias y que estas desde ese momento fueran parte de nosotros. Esas voces que hoy ya no existen, esas que han sido remplazadas por la música de fondo del top de la semana; por las pantallas con los estrenos en Blu-ray, y con esas enormes mesas de novedades que te dicen lo que debes de leer.
Es pensar en aquellos enormes terrenos de tierra sin pavimentar o con pasto irregular. Lugares donde decenas de pequeñas carpas sin nombres o carteles, albergaban a esos hombres y mujeres que con fuerza increíble sostenían entre sus manos una parte de su vida y su alma en forma de papel. Y que siempre esperaban que alguno de nosotros les diéramos la oportunidad de compartir con ellos sus historias y sus sueños. Y ahora, nuevamente te pregunto, ¿aún existe alguien que ame la literatura… Aún la amas?