Calaverita de Azucar
Ese es el primer recuerdo que tengo del Día de Muertos, las “calaveritas de azúcar”; con mi nombre, el de familiares, y el de distintas personas. Su sabor, la hechura, sus adornos y colores, hacían de ese día algo muy especial, algo muy “mágico”. Un poco después, vendrían las visitas al panteón; ahí, el maravilloso color del Cempazúchitl y el olor del copal; le comenzarían a dar una identificación a lo que simplemente eran, en el pasado, unas golosinas con una forma particular. Sin embargo, las veladoras, las botellas de tequila y los platillos en cazuelas de barro, eran una incógnita para mí. ¿Por qué la gente comía en un panteón? Igualmente, si lo pienso; tampoco sabía realmente que era un panteón. El significado “real” de la muerte, vendría años después.
Hoy, cuando veo esa misma celebración; no puedo dejar de ver la mística y fantasía de mi pueblo; un pueblo que ha decidido que la muerte en verdad es algo, “más allá”. El creer que después de esta vida, existe una situación casi paralela, en donde los muertos habitan de una forma similar a nosotros, simplemente es una idea extraordinaria.
El camino de flores, las veladores; necesarios para que las almas que nos visitan no pierdan su camino. El agua, para la “sed” de la larga jornada; el incienso que protege y purifica a los visitantes. El petate, para que descansen
El pensar que, por un par de días ese extraño inframundo da la oportunidad de mezclar a los vivos con los que ya no lo están, solo para que estos disfruten de lo que más gustaban cuando estaban vivos. Los juguetes, para aquellos que murieron en la infancia, pero no olvidan la alegría de jugar. Es una forma perfecta para sobrellevar algo que simplemente es inevitable.
La promesa de que, mientras los recordemos ellos estarán presentes y nos acompañarán un año más. Y, cuando nuestro momento llegue, ellos estarán ahí, del otro lado listos para recibirnos.
La muerte siempre estará ahí; terrible, natural, dolorosa, liberadora, injusta, incomprensible, evocadora, etc.
Porque finalmente, esto no se trata de “la realidad”; de algo tan claro, tan tajante, tan certero. Algo que tanto atemoriza a los seres humano; hablo de esa creencia en lo sobrenatural, entre la fantasía y la mitología. De una muerte donde hay premios y castigos; viajes y lugares diferentes.
Historias donde… Caronte, las Valkirias o Anubis; protegen, transportan y guían. Donde hay palacios, paraísos y jardines, para los justos y valientes.
Hablo de Tonatiuhichan, Valhalla, Annwn, A’aru, Mictlán, etc.
Porque si la muerte tiene algo, es que no es exclusiva de nadie. Y pensar que solamente un pueblo tiene una concepción de un “algo” después de esta, es completamente errado. Sin embargo; es aquí, en esta cultura, en mi México, que hemos “transgredido” esto de manera extraordinaria; haciendo de la creencia sobre lo que es la muerte, un festejo, y la celebración más “VIVA” de todas.
Colores, sabores, olores, risas, fiestas y recuerdos; han hecho de esta celebración, tal vez la más reconocida, querida, respetada, representada y homenajeada en gran parte del mundo.
Una celebración que, irónicamente para disfrutarla; hay que estar muy ¡VIVO!