Una Página a la Vez

octubre 7, 2017 0 Por Gabriel Soberanis

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Al igual que muchas otras madrugadas, el sueño ha decidido abandonarme temprano; son las 4 de la mañana y ya no puedo seguir durmiendo; sin embargo, mientras me encuentro frente a una de mis libretas con la pluma que acabo de recargar, una pregunta que hace mucho tiempo no venía a mi mente me vuelve a increpar. ¿Por qué seguir haciendo esto?
Lo cierto es que sería más fácil abandonarme a la simple y “productiva” opacidad de una vida común; aquella que involucra las rutinas infinitas de horarios y vestimentas preestablecidas, diálogos y chistes del dominio público, sin ningún tipo de aportación o creación propia, y sueños de inexistentes panoramas para una persona “común”; porque aquellos modelos a seguir, NUNCA han sido “comunes”.
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Todo esto en nombre de los apetitos y ambiciones por ser “algo” mejor; tener un vehículo o mejorar el que se tiene, adquirir vestimenta de cierta calidad o diseñador, el probar y conocer lugares de un precio o nivel “superior” o el tener una propiedad de un cierto tamaño en algún lugar “mejor”.
Viéndolo de esa manera, la verdad es que no suena para nada mal; una vida común y mediocre debe ser a lo que cualquiera debería aspirar. Viviendo en el absurdo de creer que estar un poco arriba en un tabulador monetario los hará mejores, y creyendo que algún día podrán aspirar a un mundo de cosas diferentes; cosa que nunca ocurrirá, simplemente porque eso como la misma palabra lo dice es para gente “diferente”.
Es en este punto donde muchos confunden los términos y los malinterpretan; esto no tiene que ver simplemente con una cuestión monetaria, esto tiene que ver con ser “especial”, «extraordinario», y eso no se puede comprar.
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Después de analizar lo anterior, creo que tendré que revertir mi posición. A pesar de que ahora “todo” el mundo trata de ser un escritor, tal vez pensando que serán la próxima J. K. Rowling o George R.R. Martin (solo espero que entiendan que el 99% de ellos nunca lo será); aun así, yo prefiero quedarme de este lado.
Las cosas que veo, las cosas que necesito aprender diariamente para seguir escribiendo, los días sin horarios, cuando las manos no pueden dejar de manifestarse sobre el papel; los recuerdos que vienen y que se entremezclan con la fantasía, las largas noches de insomnio con ideas que se manifiestan pero que no explotan; la mirada de duda ante la declaratoria “soy escritor”, la gran posibilidad de ser “otro más”. Entonces… ¿Por qué quedarse aquí?
Para mí, la respuesta es obvia; la vida de este modo es incomparable; las experiencias que he vivido, las personas que he podido conocer, sus historias, mis historias. El poder interactuar con este mundo y manifestarlo a través de lo que escribo, es ¡Increíble!
Tal vez solo pueda aspirar a una taza de café que no viene en un vaso blanco con una sirena, y solamente pueda sentarme largas horas en uno de los pequeños lugares que diariamente encuentro en el camino, viajando de un lado a otro. Pero el poder ver “todo” de esos ambientes, platicar con tantas personas tan diferentes, sentir el mundo como es; tan “real”, tan “vivo”, hace que valga la pena seguir.
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Entender que muy probablemente todas estas palabras se pierdan en la nada y que, en el mejor de los casos mi suerte sea la misma que la de Emily Dickinson, H.P. Lovecraft, Philip K. Dick, Søren Kierkegaard o Edgar Allan Poe, debería ser suficiente argumento para tirar todo y unirme a la gran masa de gente sin rostro, sin nombre y a veces sin alma que con frenética prisa recorre las calles diariamente.
Ya pasan de las 10, nuevamente “una mañana perfecta…”.