Desconocido

enero 13, 2019 0 Por Gabriel Soberanis

Me preguntas el porqué, y aún hoy no conozco la respuesta. Me dices de los fracasos, de las puertas que se cierran, de las noches de insomnio. Te entiendo y lo acepto; solo es que para mí el camino es infinito y aún no sé cómo parar, como entregarme al dolor.

Me cuestionas porque la amo tanto, eso es aún más difícil de explicar. Me hablas de que no vale la pena, que prefiere ser veleta y entregarse a cualquier viento, y que nunca será libre en verdad. Lo comprendo tristemente, pero si tú vieras en su alma, esa que esconde a los demás; esa llena de pasión, de preguntas incansables, de fuerza e indignación ante la injusticia, tal vez lo entenderías.

Me observas con recelo y contrariado, tú quisieras que estuviera entregado a la desesperanza y la tristeza, más “cercano” a los demás; ¿sabes qué? Yo también lo desearía. El quedarme arrumbado en una cama, pidiendo “justicia” a un ente superior, recompensa ante la entrega absoluta y el esfuerzo increíble.

Recordando su hermosa y negra cabellera o su seductora boca; maldiciendo su nombre o ese día en que su furiosa mirada me conquisto.

Quisiera tener la rabia y el enojo del que piensa que merece TODO a pesar de su actuar; de juzgar a los demás, de envidiar lo que ellos tienen, de desearles mal; de hacer lo incorrecto y siempre justificarlo. Quisiera tener su egoísmo, tal vez sea la clave de la felicidad.

Pero no puedo; se han ajado mis pies de tanto andar, lo agradezco,  porque significa que aún puedo caminar. Estos ojos que hoy duelen de tanto llorar, también fueron los que vieron a la mujer más extraordinaria que han podido observar. Y el cuerpo que cansado de seguir y que apenas puedo levantar, es el mismo que ha subido las montañas, conocido las ciudades y sentido el mar.

Al verme al espejo lo confirmo, no conozco al que veo; ese anda, vive, lucha, ama, y no puede parar.

Gabriel Soberanis

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